La memoria
histórica de una población radica en la conservación de su patrimonio, como
muestra fehaciente que el pasado lo construyeron para la posteridad. Mompox,
situado en lo profundo de la geografía colombiana, aislada y olvidada por los
caprichos de un río, lo que ha permitido que permanezca incólume, en esta época
de Semana Santa su patrimonio arquitectónico incomparable se engalana con sus
mejores galas para mostrarse al mundo.
Desde la
época de la colonia cuando se llenó de gloria en la gesta emancipadora, su
poderío territorial estaba representado en sus siete iglesias, una muestra
palpable de su poderío religioso, donde comunidades como los Franciscanos, los
Dominicos y Jesuitas tuvieron mucho que ver con el desarrollo de la ciudad.
Hoy, en defensa de esa memoria histórica, sus campanarios y torres continúan
mirando hacia el cielo, emitiendo tonadas que se pierden en sus tejados
confundidos con el aroma de la palma recién cortada en esta época de Semana
Santa.
Junto a un
río que se secó para dejar a esta villa perdida en la distancia, ellas, las
iglesias, han sido siempre el referente de esta ciudad que lleva el distintivo
de Patrimonio Histórico, Arquitectónico y Cultural de la Humanidad.
Cuando el
mundo cristiano se prepare para conmemorar su semana más importante, estas
viejas ermitas que nunca dejan de mirar hacia el cielo, recobrarán su color, se
llenarán de luces, para darle a Mompox el encanto inigualable de los tiempos idos.
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